ADN Energético

Del nigredo al rubedo


 

Cuando el universo decide conspirar y lucir sus galas, no hay fuerza creada que lo doblegue.

A eso de las diez al llegar a mi casa miré la luna, y con ciertos nubarrones, me insinuó que tal vez le gustaría que alguien la fotografiara.

Sin concluir el diálogo, una enorme centella, la versión primordial y pretérita de las estrellas fugaces, de esas que me encanta buscar en las horas oscuras, bajó desde el cenit hasta unos 20 grados sobre el horizonte oeste, digamos hasta donde usualmente inician los tejados.

Con la clara y decidida intención de confrontar a Selene, en unos cuantos «nanosegundos» ya había alcanzado su posición, y me parece haber escuchado que le susurraba una sola palabra:

— ¡Véame!

En ese instante, la antigua magia de los alquimistas, aquellos que quedaron luego de ser invitados a alguna de esas famosas barbacoas medievales, acrisoló los elementos, y la gigantesca centella, se dividió en dos partes aún más grandes, alardeando y demostrando cuánto más podía ser su incandescencia. Luego, para perfeccionar su capricho, desapareció.

Aire, atmósfera, fuego, ignición, tierra, silicios, agua, nublado. La antigua fórmula desveló a grandes como Rodolfo en su palacio imperial de Praga, intentando encontrar los secretos de la transmutación. Nunca pudieron dar con la clave, ni descifrar el código secreto.

Hay cosas, muchas, que los hombres y las mujeres podemos hacer en este mundo, pero hay otras que están reservadas para que ocurran únicamente allí, en los cielos. Lo que nos toca es anhelar, y al rato seamos una más de esas bellísimas luminarias.

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Autor: Alberto Saenz
Noticias Mi Ciudad

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