Emisarios de Ilusión

Once upon a Time. Real life (Auschwitz-Birkenau)


UNA HISTORIA QUE NOS CONMUEVE. HOY RECORDAMOS EL DÍA INTERNACIONAL DE CONMEMORACIÓN EN MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DEL HOLOCAUSTO, DONDE TAMBIÉN RECORDAMOS A NUESTROS ANTEPASADOS SEFARDITAS.

«Luego de haber regresado de un extenuante viaje, Divad esperaba impaciente. Los soldados soviéticos poco a poco habían sacado a todos. Otros no pudieron ser rescatados, al encontrarlos ya habían muerto por el frío y la falta de alimento. No quería ni pensar en cuántas vidas más se habrían perdido si los ejércitos aliados no hubieran tomado la decisión tajante de acabar con Alemania y su ya descerebrado Führer.

Uno tras otro fueron saliendo, mientras él esperaba calladamente las indicaciones finales del general Krasávina. Hasta ahora eran unas tres mil personas las que habían sobrevivido. Solo él conocía su angustia y dolor, que eran también el de muchos… de sus amigos, familia, antepasados y hasta los que habrían de venir.

Días atrás me había contado que allí en Polonia todo era muerte y destrucción, según sus palabras, solo una pequeña parte de los reclusos, los más sanos, eran utilizados en las factorías militares nazis o como cobayas para experimentos médicos, pero al final eran también aniquilados.

Yo esperé junto a los demás agentes encubiertos del Mossad que indagaban con los soldados del ejército rojo. Muchos de ellos también eran judíos pero no podían contarlo por la orientación política de su gobierno, que prohibía tajantemente toda religión. Divad era un hombre valeroso y dinámico, supuse que sería de los primeros en entrar y decirles: «Son libres. Ya todo terminó…»

Pero algo le sucedía…

En un instante, el león de su tribu cobró fuerza, se levantó de un salto, caminó apresuradamente quitándose el equipamiento militar estándar que cargaba y el sistema de comunicación. Lo tiró al suelo y empezó a correr hacia los pabellones donde se pensaba que estaban los hornos. Era el sector donde sobresalían las chimeneas.

— ¡Divad! ¡Divad! le grité, pero él corría con más intensidad dejando todo a su paso. Ahora era solo él.

— ¡Déjalo! Él lo está haciendo, me comentaron en hebreo los encubiertos del G2. Al entrar en esos pabellones solo pude escuchar sus gritos:

—¡No! ¡No! ¡No! ¡No!…

Al encontrarle, pude ver cómo entre lágrimas abría la portezuela del último horno. Allí mismo sus rodillas se desplomaron hasta tocar el cemento del piso, lamentando y maldiciendo, con un llanto que jamás pensé le escucharía.

Allí derramó el dolor que su alma y su memoria habían cargado por siglos, el horror y la humillación del Imperio, el destierro que conocieron en Hispania y el sentimiento de errar por la historia de la humanidad, el hambre, el frío y la pérdida de su hogar, su familia y su esperanza.

Luego de un rato, el gran guerrero se recompuso, se sentó y apoyó su espalda en una de las paredes laterales del pabellón y sacó de su bolsillo trasero la libreta de apuntes, la que siempre le había visto cargar. Me senté a su lado. La abrió y luego de su plegaria, empezó a leer: Józef Cyrankiewicz, Maximilian Kolbe, Witold Pilecki, Edith Stein, Petr Ginz, Władysław Bartoszewski…

Jadá y Ariel, quienes le conocían desde que ingresaron al IDF (Israel Defense Forces), se sentaron junto a nosotros a escuchar. Luego los demás se unos unieron al Kadish.

Divad seguía leyendo: Laslo y David Shancz, August L. Mayer, Regina Jonas, Violeta Friedman, Imre Kertész, Art Spiegelman, Lázaro Nates Gallo, Gisella Perl, Simone Vilalta, Crescencio Sánchez, Irène Némirovsky, José Sáez Cutanda, Ana Frank…

Allí estuvimos hasta que él leyó el último nombre de su libreta. Les recordé que mañana temprano viajaríamos y dejaríamos Polonia”.

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Autor: Alberto Saenz
Fotografía: José Guerrero Roldán (Photaki.es)
Noticias Mi Ciudad

 

 

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