A veces olvidamos el contacto con la tierra y con esto también ignoramos la naturaleza plena. Olvidamos que todas estas fuentes nos devuelven electrones, que todos somos de un mismo Creador.
Olvidamos que su composición nos sana, nos alegra, nos hace brillar y nos restablece… que apaga a todos esos invasores mentales que se creen más listos que el viento.
Olvidamos salir y sentarnos en silencio, en esa silla cómoda, o en el mismísimo suelo. Olvidamos que nuestra aparición en el planeta es ayudar a traer balance e inspiración, conscientes de todo aquello que amamos y podemos llegar a amar.
Olvidamos que la vida es el regalo más elegante y delicado con el que nos deleitamos en cada oportunidad cuando abrimos los ojos o los cerramos para darle el masaje a nuestra alma, allá arriba en el palacio.
Olvidamos que toda forma de expresión es el mayor privilegio, por encima de excusas, de fama, del qué dirán, de estereotipos o de burlas. Olvidamos que simplemente nos permite ser NOSOTROS.
Olvidamos que si en este momento no decidimos activar nuestro corazón para ir tras esas grandes pasiones, entonces olvidaremos quiénes somos y nos apagaremos completamente con extravíos gratuitos.
Olvidamos que hay un manual claro que nos conecta y nos promete una vida eterna. Que SÍ hay una inteligencia más allá de nuestra comprensión que nos reta, nos repara, nos ama y nos consiente cada día con sorpresas.
Olvidamos que los días pueden ser lindos y felices si de corazón miramos a los otros como si fuéramos nosotros mismos, con compasión, con bondad, sin competencias, ni odio.
Si verdaderamente nos dejáramos contagiar más con esos imanes de optimismo y empatía, ya quitaríamos las menciones del dolor y reactivaríamos la memoria y entrega que alguna vez tuvimos por la Divinidad.
Si verdaderamente pensáramos en una lista de detalles olvidados ya estaríamos ordenando la existencia. Si verdaderamente lo hiciéramos, seríamos almas libres y una unidad completa de armonía y amor.
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Dibujo: Freepik
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