Mi figura reposaba tranquilamente al lado de la mesa. Comía lentamente mis pancitos holandeses con mermeladas europeas.
Yo misma y a todo color tenía el privilegio de una vista completamente efervescente, única y lustrosa. Había movimiento, pero al mismo tiempo…paz.
Era un instante normal y pausado, con toda la rutina de los días, pero con un sol radiante y entusiasmado.
Yo estaba tranquila, realmente tranquila, pero ya saben…hay momentos donde parece que algo o alguien nos saca de contexto.
Y así pasó…casi se me atora el queso, la mermelada, el agua, el pan…todo…
Vi un desfile a lo lejos…un desfile a lo lejos… elegante, pero no sabía muy bien quienes eran los héroes.
Pensé en cerdos, pero después me acerqué un poco haciendo un zoom con mis ojos y en realidad eran ovejas…Impresionante y a la vez tierno…Era una pasarela de ovejitas rellenitas, blanquitas, disciplinadas y obedientes.
Su pastor las orientaba y sus discípulos «los perros» actuaban de asistentes. Parecía que daban un paseo holandés en un otoño que enamoraba a estos animalitos.
La disciplina y obediencia las llevó a concentrarse en un solo lugar, acatando las instrucciones y confiando plenamente en la voz de su pastor, no en cualquier pastor…sino en su amo, su dueño…
En delicados pastos reflejaban un físico sensible. Nada les faltaba, estaban totalmente protegidas, guiadas por sendas de diversión. Ningún auto ni persona podía maltratarlas, la protección estaba enfocada en ellas.
Todos se conocían, se acompañaban como familia. Éstas gozaban de caricias, lanzando gestos particulares en sus rostros. Eran tan apegadas, tan llenas, tan blandas.
Reunidas liberaban su entusiasmo por el agua, por la vía, por el cielo y tierra. Liberaban gritos de valentía con un poco de travesía.
No había duda en ellas, caminaban seguras, sin miedo, sin pausa, sin incertidumbre. Caminaban con relucientes pasos, elegante pelaje, firmeza animal, proeza explosiva. Estaban atentas a la voz de su mentor, llenas de gozo, de esperanza, de vida.
Christy Petri (Quesada Segura)
