ADN Energético

DAEMON MERIDIANUS. Carta VI (por Jorge Cubero)


Les dejamos la sexta carta de “Daemon Meridianus” o “Demonio Meridiano”. Recuerden que este cuento se refiere a la pérdida de la magia y fantasía en la edad adulta, y el autor a través del escrito intenta debatirlo…

Carta VI Rojo y Amarillo

Carta VI

Rojo y Amarillo

Sofía continuaba sentada en la silla. Volvió sus ojos hacia una ventana cercana y vio cómo una nube negra opacaba la luna mientras se oían gotas que caían en el techo. Empezaba a llover… La nube no ocultó por mucho tiempo la luna, y aunque se percibía el inicio de un temporal, la luna continuaba iluminando la casa. El sonido de las gotas de lluvia sobre el techo eran en cierta forma reconfortantes para Sofía, ya que le encantaba quedarse dormida escuchando este sonido, pero esta vez decidió continuar escuchando las historias que relataban los dos sabios restantes.

Se puso de pie, caminó hasta salir de la habitación, fijó la mirada en la esbelta escalera principal, caminó hacia ella y se dirigió hasta la segunda planta de la casa. Aún continuaba intrigada por el ser de nombre Daniel, quien se encontraba en la parte Sur de la casa. Allí las escaleras daban hacia el Norte y la dirigían a un salón con piso de madera que rechinaba al dar pasos. En el centro del salón se podía ver un sillón de color rojo sangre y al lado del mismo un ventanal enorme de al menos 3 metros de alto. Una de las ventanas se encontraba abierta y dejaba entrar la lluvia. Una cortina rasgada bailaba al compás del viento que entraba por ella.

Viendo fijamente la cortina, Sofía notó que si pasaba la cortina por el mueble rojo, se modificaba su forma como si algo invisible estuviera sentado en él. Fue cuando con una fuerza sobrenatural, una mano por debajo de la cortina la arrancó de golpe y cubrió la figura de lo que parecía ser un hombre sentado en él. La ventana se cerró muy fuerte y el temporal se escuchó ya ajeno al salón.

— ¿Sofía? Acércate, le dijo el extraño ser con vos grave.

Intrigada por lo que veía, Sofía se acercó y preguntó:

— ¿Quién eres?

El ser invisible le dijo que su nombre era Samuel y que con mucha atención le escuchara ya que le contaría una historia que jamás olvidaría. El extraño ser comenzó a relatarle acerca de una lejana ciudad, tan lejana que era más bien de otro mundo. En esta ciudad habitaban los llamados Velvet, quienes eran iguales a cualquier ser humano común, solo que por una extraña pigmentación producida por el alimento con contenido alto de clorofila, habían desarrollado un tono verdusco en su piel y en su cabello.

Los Velvet se caracterizaban por ser muy fríos y estrictos, por eso su ciudad era muy ordenada. Todos se encontraban siempre muy ocupados haciendo esto y aquello. La vida estaba basada en el estricto orden de las cosas. Desde el nacimiento, luego de un estudio exhaustivo de la apariencia, se determinaban las capacidades. Un Velvet ya tenía dispuesto su trabajo, estatus social, salario, etc. Su sociedad estaba ordenada de esta manera para evitar que alguien tuviera incertidumbre sobre el futuro.

Para asegurar esta perfecta armonía, existía una legislación muy estricta que no permitía que el orden establecido fuera quebrantado por ninguna razón. Su sistema era cimentado en tres grandes poderes absolutos: Mercedis, Doctus y Legis, cada uno de estos poderes se hallaban ubicados en edificios de arquitecturas muy diferentes. Mercedis representaba el poder del dinero, administraba el sistema económico total de los Velvet y su edificio era de forma cúbica, de aspecto metálico y gris.

Doctus representaba el poder del conocimiento y su edificio era de forma esférica sostenido por tres enormes elementos de piedra que lo mantenían estable. En este lugar se almacenaba la sabiduría de los Velvet, todo lo que un Velvet podía saber, o bien, cualquier pensamiento novedoso o descubrimiento científico estaba almacenado, debía ser estudiado o refutado por los sabios de Doctus.

Por último, el máximo poder estaba representado por Legis, presidido por el Gran Zaa, elegido por su apariencia y capacidad como el supremo juez y legislador, encargado de hacer cumplir las leyes y juzgar a todo aquel que las rompiera. Se ubicaba en el centro de la ciudad y su edificio era de forma cónica, con un sinnúmero de dibujos adornando sus paredes. Cada uno de ellos representaba los acontecimientos más relevantes sucedidos en la cuidad de los Velvet.

Cuenta la leyenda que un gran sabio de Doctus se encontraba realmente feliz porque su esposa esperaba un hijo. Habían perdido la esperanza. Ella estaba un poco mayor y temía jamás ser madre. Este temor fue despejado cuando su médico le dio la buena noticia. Al fin tendría un hijo y su esposa se encontraba con buena salud para esto. El día del nacimiento todos estaban muy pendientes, deseándole mucha suerte a la feliz pareja. De pronto algo inesperado aconteció. De manera muy discreta, mandaron a llamar a la sala de parto al feliz padre. Al llegar, el hombre vio con extrañeza en el regazo de su esposa a una niña con el cabello color rojo fuego y tez blanca, solo ensuciada por una discontinua serie de pecas rojas.

Esto fue ciertamente desconcertante para el padre quien tenía muy claro el destino de un niño que no tuviera la apariencia “normal” de un Velvet. De acuerdo a su legislación, un niño nacido con características diferentes sería inevitablemente condenado a morir. Pensar en esto aterrorizó terriblemente al sabio, pero no le impidió que hiciera hasta lo imposible para que su hija no fuera condenada. Llevó su caso ante las últimas instancias y desafió incluso al Gran Zaa asegurándole que la vida de su hija no podía ser marchitada injustamente sólo por su apariencia.

Ante la vehemencia del sabio, se vio el Gran Zaa en la necesidad de perdonar la vida de la niña, pero solo hasta que ella cumpliera la mayoría de edad y pudiera defender su propia existencia. Sus padres la llamaron Clara, por la pureza que irradiaba. La pequeña niña creció normalmente en los primeros años de su vida, pero al empezar la escuela, los problemas por su apariencia no se hicieron esperar, tuvo que soportar humillaciones y toda clase de desaprobaciones por ser diferente.

La niña desarrolló una personalidad de cierta forma rebelde y contra corriente, frenada con frecuencia por el consejo de sus padres los que, muy preocupados, no sabían muchas veces qué hacer con su amada hija. Por fortuna su rebeldía fue el principal escudo pudiendo sobrellevar esos tormentosos días en los que la falta de aceptación habría acabado con cualquiera.

A la edad de 15 años los padres de Clara tomaron la decisión de hablar con ella y explicar su destino. La explicación no la tomó por sorpresa, siempre tuvo la sensación de saberlo. Ellos habían planeado que huyera a un país lejano donde su destino no pudiera encontrarla, pero Clara se negó. Dijo que ella misma probaría que los sabios estaban equivocados y que les haría abrir los ojos.

Clara aprovechó todo lo que tenían sus padres destinado para su huida y dijo que lo usaría mejor para hacer un viaje adonde ella encontraría la manera de cumplir su cometido. Marchó entonces con la esperanza de encontrar una forma de lograr aceptación mientras sus padres solo esperaban que lograra hacer una vida lejos y que no volviera nunca más para que la pesadilla de ver la muerte de su hija nunca se hiciera realidad.

Pasaron tres años y muchos habían olvidado a aquella extraña niña que nunca se adaptó. Hasta que una mañana muy fría tocaron con fuerza a la puerta de la casa del sabio padre de la “Manchada”, como llamaban a Clara cuando se burlaban de ella. Eran los enviados del Legis que exigían la presencia de la joven afirmando ser el momento en que debía presentarse ante los tres poderes supremos para defender su vida. El preocupado padre dijo que ya su hija no vivía más ahí y que no sabía dónde se encontraba. Los Velvet del Legis dejaron esta advertencia al sabio: su hija no debía aparecer nunca o su vida estaría ante las órdenes del Gran Zaa.

No pasaron más de dos semanas cuando Clara tocó a la puerta ya hecha una mujer y con una extraña caja de color negro en sus manos. Sus ropas eran como la de una exploradora y su pelo rojo ondulado como llamas de fuego. Su padre al verla se confundió. Habían sentimientos de miedo y de alegría al ver a su hija quien lo abrazó fuertemente. Él le dijo que debía irse porque los Velvet del Legis la estaban buscando y que su vida corría peligro. Clara preguntó por su madre, pero él le respondió que un año después de que ella se fuera, murió de una enfermedad que la mantuvo en cama muchos días. Solo le reconfortaba evitar la horrible experiencia de ver morir a su hija.

Hablaron largo rato hasta que ella le dijo que venía a defenderse y que nadie podría impedir estar donde quisiera, que ese era su hogar. Todos tendrían que aceptarlo. El padre le dijo que lo mejor era que huyera, pero Clara se negó. No podía aceptar la humillación del destierro. Su convicción fue tal que hasta el padre de Clara sintió que tal vez podría cambiar algo en ellos y tener éxito en lo que defendía. No tardó mucho tiempo para que los Velvet se dieran cuenta de lo que pasaba. Los guardias llegaron rápido a la casa de Clara y la arrestaron para presentarla ante la audiencia al día siguiente.

La primera audiencia fue en Mercedis. Clara se presentó atada de las manos ante tres Velvets vestidos de manera muy elegante. Las paredes internas del edificio donde se encontraban parecían estar cubiertas de oro y solo dos de los Velvets estaban atentos a la situación, mientras el otro no dejaba de escribir en un pergamino en tanto le llegaba información en pequeños papeles que le entregaban constantemente. Uno de los Velvet que estaban atentos le dijo a Clara que se justificara: ¿por qué deberían ellos aceptar un Velvet con una apariencia tan irregular? ¿Acaso era imposible determinar qué hacer con alguien así? Clara contestó que para ésto, les contaría una historia de las Montañas de Fuego, un lugar que ella conoció en sus viajes por tierras lejanas.

“La historia comienza con un grupo de aldeanos que necesitaban hacer un puente entre ellos y la aldea vecina, ya que mantenían una estrecha relación comercial pero que no contaban con la experiencia para lograrlo. Además el mejor lugar para hacerlo estaba en un acantilado que hacía imposible la construcción del mismo. Entonces el jefe de la aldea ordenó llamar a un gran constructor de una tierra lejana para que los ayudara. Al llegar los aldeanos a la choza del constructor, éste se encontraba lijando con mucho cuidado una vara de color azul oscuro. Le comentaron del problema y él pidió al menos un tercio de lo que costaría la construcción del puente. Todos aceptaron y se dieron a la obra. Lo primero que alegó el jefe de la aldea al llegar al sitio de la construcción, era que los trabajadores no podían arriesgarse en sus labores dada la altura del acantilado. Temía que la estructura se viniera abajo causando la muerte de todos. El gran constructor motivaba a que no tuvieran miedo, asegurando la imposibilidad de que eso pasara. Él contaba con una vara tan fuerte que era simplemente indestructible así que podrían atarlo a ella y jamás se caería. Éste era el secreto de sus más grandes construcciones.

Los aldeanos se llenaron de alegría al escuchar esto. Lo primero que el gran constructor pidió fue que hicieran un hoyo en la tierra de al menos dos metros y que ahí enterraran la vara con las piedras más pesadas y fuertes que encontraran. Así lo hicieron. De la vara sujetaron la cuerda que sostendría la estructura del puente. El constructor con todo el conocimiento y los aldeanos con toda la confianza no tardaron mucho para terminar la obra. Al finalizar, todos quedaron muy satisfechos de la labor realizada, sin embargo, el jefe de la aldea tuvo una pequeña duda al ver cómo la vara azul del constructor había quedado atrapada entre las cuerdas y estructura del puente. ¿De qué forma la iba a quitar el constructor? y si la quitaba, ¿se caería el puente? Ante estas dudas, el constructor pidió calma; y de una patada quebró en dos la vara azul sin que el puente ni siquiera se moviera. Sin más, se fue de ahí tan tranquilo ante la mirada sorprendida de todos. Unas semanas después, otra aldea también tenía problemas por la construcción de una torre, y su jefe, al igual que el otro, mandó llamar al gran constructor a quien de nuevo encontraron muy tranquilo lijando con cuidado otra vara de color azul”.

Cuando Clara terminó de relatar la historia, el Velvet que se encontraba escribiendo en el pergamino, se detuvo un momento y dijo de forma muy formal ante la sorpresa de sus otros dos compañeros que el argumento presentado era muy válido y que de parte de la casa de Mercedis contaba con apoyo incondicional. Ordenó retirar de inmediato las ataduras de sus manos. En el rostro de Clara se dibujó una amplia sonrisa. Muy pocas veces en su vida había tenido esa sensación. Al día siguiente se dio la audiencia de la casa de Doctus, a la que se hizo presente gran cantidad de ciudadanos Velvet, pues se había corrido el rumor de que “La Manchada” había logrado impresionar al más alto representante de la casa Mercedis. A la hora de comparecer, Clara sólo pidió que se le permitiera tener la caja negra que había traído de su viaje y que la audiencia se llevara a cabo en el exterior ante todos.

Los sabios de Doctus preguntaron a Clara qué razón había para realizar la audiencia afuera. Ella, mirando a todos, se quedó un momento sintiendo el calor del medio día. Nadie hablaba para no perder ni un momento de lo que pudiera decir la extraña mujer de cabello rojo. Clara, lentamente, sacó de entre la caja negra lo que parecía ser una tela hecha de finos hilos brillantes que sostenían una serie de pequeñas piedras preciosas y que al reflejo de la luz brillaba tan resplandeciente como el sol. Se cubrió con ella y la gente se quedó sin palabras. Al quitarse la extraña tela, su pelo se volvió verde como el de cualquier Velvet, así como el tono de su cara. Toda ella era verde y los sabios preguntaron:

— ¿Cómo es posible?

Clara respondió que en el Valle de las Cascadas, sitio que visitó en sus viajes, la vegetación, así como los animales cambian de color por el efecto de unos cristales que deforman la luz y que ésto los ayuda dependiendo de la situación climática a la que se enfrentaran. Dijo además que un anciano de este valle la ayudó a fabricar el manto que ellos estaban viendo y, colocándolo de nuevo sobre ella, les mostró cómo podía cambiar de verde a color azul y de azul a color amarillo. Uno de los sabios probó la túnica y cambió su color de verde a violeta; otro la probó también y cambió su color a naranja. Muchos comentarios se escucharon entre la multitud. Unos decían que era grandioso poder cambiar de color, otros estaban hartos del color verde. Les parecía buena idea un cambio para variar. Otros más bien veían esto con malos ojos, pensaban y exclamaban que esto terminaría alterando el orden de todo. Los sabios ordenaron calmar a la muchedumbre y dieron su decisión. Para ellos Clara había dejado sin ninguna duda a los presentes que el color no definía a un ser, que el hecho de juzgar a alguien por su apariencia no era correcto, así que dieron su apoyo a Clara y le desearon suerte con el Gran Zaa, amo y señor de la casa Legis.

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Historia: Jorge Cubero Ocampo
Ilustrador: Kevin Gutiérrez
Noticias Mi Ciudad

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